El diario de un outsider residente en los arrabales del trimundo

sábado, 11 de enero de 2014

Enero


¿Leer o entrenar?
Pues sí, instalado ya en enero y con un tercio del mes ido, constato que los años pares y los pasos de página no son por completo milagrosos. Como escribía el otro día en Facebook (yo y mis manías de emitir más señales de las que necesita mi constelación de conocidos y desconocidos),  
"Too much procrastination. Too many things I feel I've fallen behind with. Too many things I'm still putting off. Going back to the pool. Getting back on my road bike. Getting back to serious speed work-outs. Doing core work. Facing society and the calendar. Luckily, we're only eight days into 2014. And 60 kilometres away from 2013, which is not that bad. Still 3 kgs far from my ideal weight. Shame!"
A veces encuentro que expreso mejor en inglés muchas de las cosas que me pasan por el cuerpo y por la mente, pero lo que venía a decir en esas líneas es que el nuevo año no ha supuesto un cambio de rumbo ni inmediato ni radical. Sigo un poco a bordo de la desgana triatlética: tanto perder tiempo, o no perderlo sino emplearlo en otras cuestiones (trabajo, lectura, planes extradeportivos), me hace una vez tras otra pensar en las semanas de antes (las de estar volcado en entrenos, en las de estar plenamente convencido) y compararlas con el ahora. Efectivamente, tengo la sensación de que me he atrasado muchísimo en mi vuelta a la piscina, mi vuelta a la bici de carretera, mi vuelta al gimnasio o a las rutinas de core. Y así, desde luego, no. Así no retomo yo ni mi cuerpo serrano de antes de la catástrofe ni mi estado de forma. Y claro, empezar la primera semana del año con 58 kms de carrera a pie tampoco es para darse de latigazos o de cabezazos contra la pared, pero está claro que tampoco es para echar las campanas al vuelo.
Y sí, hay determinados signos: corro  ya con cierta comodidad y me he inscrito en la Media de Málaga. Pero también hay muchos otros signos que me hacen contemplarme como un deportista muy diferente al de hace un año o año y medio. Ni me he federado este año ni creo que vaya a competir en triatlón en toda la temporada. Esto me da mucho que pensar, al fin y al cabo los deportistas reflexivos es lo que tenemos: por si no os habíais dado cuenta, ser deportista reflexivo consiste en conocerse a través de la práctica deportiva -en aprender de deporte pero también de uno mismo. Y lo que estoy aprendiendo en estas últimas semanas no me gusta demasiado: dudas no ya sobre querer seguir sino también sobre la viabilidad del proyecto. 44 años son muchos años como para parones largos en esto. Eso es un hecho. Y aunque estoy dispuesto a volver a repetir el camino, recrearme en los mismos pasos que di durante al menos dos años antes de decidirme a debutar en un sprint (cuando las cosas eran de otra manera y la gente no debutábamos directamente con un media distancia o con un ironman después de haber entrenado dos meses, juas); aunque, digo, esté dispuesto a enfrentarme a días y días de piscina en solitario, a asfalto y más asfalto sobre la bici, repetir, como he dicho, el camino durante un año sin afán de preparar ninguna competición, con el mero objetivo de sentirme cómodo y preparado; aunque lo quiera hacer, no sé si eso, a estas alturas, me va a llevar a alguna parte. Decía en la entrada anterior que las periferias y las medias tintas y las comeduras de cabeza y las dudas son la antítesis del triatlón: quizás ha sido eso una de las cosas que he sacado en claro en tres años. De ahí las dudas, de ahí las reservas: sí, probablemente en unos días me decida y empiece con una rutina tipo deporte salud en la piscina, algo que complemente a la carrera. Posiblemente cualquier día de estos me montaré en la flaca y llegaré hasta las Cuevas de los Úbeda o hasta Cabo de Gata y quedaré, otra vez, cautivado por el goce estético de montar en bici y ver el mar en lo profundo del paisaje. Lo que pasa es que creo que tengo la actitud equivocada (¿una actitud periférica?): porque está claro, el triatlón no va de estética ni de goces sutiles. El triatlón va de entrenar duro y no reflexionar demasiado sobre lo que nos pasa. Tampoco es que sea demasiado compatible con un trabajo exigente, con leer libros de 800 paginas (me acabo de empezar The Goldfinch de Donna Tart), con tener otras aficiones, con hacer planes de pasar un verano viajando (viajando y sin bici y sin piscina, esto es), con tener que mantener una casa, con mantener un blog inútil con regusto a Murakami, con tantas y tantas cosas. Si te dedicas al tri, te dedicas. Creo que en eso todos estaremos de acuerdo.
En lo que no estamos tan de acuerdo, seguramente, es en otra de las revelaciones que he tenido en estos meses: el triatlón hace pupa. Sé que es una verdad incómoda (y ahí está la tercera revelación: en el trialtón no se habla de esto y se huye de ponerlo encima de la mesa), pero he visto a un número importante de tridamnificados en los últimos meses: desde lesiones por sobrecarga y por entrenamientos demasiado exigentes y demasiado repentinos (sin olvidar los ocasionados por seguir, sin la justificación y el asesoramiento debidos, modas y tendencias en ajustes o modelos de bici y en minimalismo en carrera a pie) hasta lesiones psicológicas de más o menos gravedad. Cuando hay un número de gente que debe dejar de correr durante meses por lesión o un número no menos importante de gente que no da mentalmente más de sí a la hora de compatibilizar calendario y vida triatlética con vida normal (laboral, familiar, sentimental...), algo se está haciendo mal..
Con esas dos revelaciones, la de la dedicación casi exclusiva y la de los daños colaterales, las preguntas son varias: ¿me quiero dedicar? ¿me es posible? ¿me quiero gastar más dinero en tri? ¿quiero prescindir de otras aficiones? No tengo respuesta para ninguna de ellas, al menos de momento. Simplemente me vienen a la cabeza dos veranos de entrenamientos muy intensos: el de Torrecaballeros de 2010, cuando pensaba que iba a ser un buen triatleta y, sin haber competido nunca, descubría carreteras con la bici y hacía metros de piscina con un placer intenso y de pardillo -ese fue el verano de la inocencia y de tener todo el cuaderno en blanco por delante.Y, luego, claro está, el de San Rafael de 2012: el verano que mejor he entrenado nunca; el verano en que mi madre me repetía, una vez tras otra, qué fuerza de voluntad tienes, hijo -ese fue el verano del cuaderno medio lleno, en el que todavía no había perdido ni la inocencia ni la ilusión de que iba a aprender a nadar bien, juas. Si fui capaz de hacerlo aquel verano, entrenando solo, sin perdonar una sesión, al tiempo que me ocupaba de mi madre, debería ser capaz de hacerlo ahora. Al menos, repetir el camino y, chino chano, volver a lo largo de 2014 no al triatlón, todavía no, sino a nadar, montar en bici y correr. Sí, debería ser capaz de hacerlo: cuento con alguna ventaja, el equipaje de la experiencia en la mochila; pero también cuento con el pesado equipaje de la pérdida de inocencia que he sufrido en los últimos meses. Miro y remiro a mi alrededor, mucho menos que lo hacía antes, claro está, y veo a triatletas que, en dos o tres años, incluso en meses, han evolucionado y mejorado y afianzado posiciones. Veo que algo ha tenido que fallar en mis planteamientos, en mi trayectoria, en mis esfuerzos (porque sí: de eso no tengo dudas, esfuerzos ha habido muchos). Y ha habido meses negros y ese acontecimiento vital que, necesariamente, nos deja fuera de combate. Sí. Pero continuar en esta especie de blackout, de apagón y de recelos hacia muchas de las cosas que contribuyeron al desgaste y a la desgana, da mucho que pensar.¿Verdad que sí?

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